LA TIRANIA
La coherencia es una característica poco común en los políticos. El ejercicio del poder desgasta los principios, apolilla las ideas y vuelve maleable aquello que parecía innegociable. Aquellos que carecían de vicios, se vuelven adictos al elixir del poder y a sus placeres reservados para una selecta élite. El fin del poder es el poder en sí mismo; por eso, si uno se vuelve estrictamente maquiavélico, descubrirá que el político más sagaz es aquel en el que aquella inconsistencia y amnesia de principios es imperceptible para el público, pues, en un alto grado, de eso depende su permanencia a lo largo del tiempo. Ese político astuto, y con un alto instinto de supervivencia, sin duda será un maestro del arte de la retórica y de los sofismas. Tendrá la capacidad de acomodar cada discurso resolviéndolo todo según su propio evangelio y, sobre todo, se asegurará de tener el monopolio escénico, de tal forma que su presencia y su discurso, opaquen la realidad y los hechos. La clave de todo está en tener la última verdad y en que el discurso mantenga las formas, mientras este sea predominante y único, aunque las acciones caminen en dirección contraria. Estos políticos exhiben altísimas dosis de pragmatismo, pues saben que la realidad rebasa los propios límites de su discurso. Pero, por el mantenimiento de su popularidad, están dispuestos a todo, inclusive a vender su alma a diablo, pero a mantener incólume su discurso de defensa de las virtudes angelicales. Estos astutos políticos no están dispuestos a admitir ninguna derrota o flaqueza; ellos prefieren negarlo todo, minimizarlo todo antes que reconocer que, en algún momento, su voluntarismo vertical se encontró con la realidad de compaginar su velocidad de crucero con una serie de voluntades e intereses diversos y no necesariamente alineados. La historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas: que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política (contra todas las apariencias) fue tejida por los políticos, meros catalizadores de la inercia". Creo que Francis Bacon dio en el clavo cuando expuso que no había cosa que dañara más a un país que el que la gente astuta pasara por inteligente. La lacra de la astucia en política ha llevado a muchos países al desastre. Una cosa es que un político no sea estúpido ni sea torpe y otra es que se convierta en astuto profesional. La astucia es una degradación de la inteligencia o una maña para ocultar la falta de la misma. Cuando un político carece de conocimientos suficientes, desarrolla una habilidad para encubrirlo con astucia. El astuto suele ser una persona hábil en el engaño para conseguir sus objetivos y cuando se mete en política, carece de escrúpulos a la hora de imponerse a los demás para lograr sus fines, ......la gran astucia de algunos a menudo no es mas que la estupidez de los demás.
Buenas Olas,
Buenas Olas,